En México hemos llegado a ver la violencia como parte de nuestra vida diaria, a tal grado que difícilmente un acontecimiento de violencia nos sorprende.
En Sinaloa, durante las últimas semanas, la violencia entre los grupos criminales que se disputan el territorio ha puesto principalmente a la Ciudad de Culiacán bajo las balas. Cuando inicio la lucha, se paralizo la ciudad; se suspendieron las clases presenciales, la mayoría de los comercios cerró sus puertas, las calles lucían solas, las familias se encontraban dentro de sus casas viviendo con el temor de encontrarse en un bloqueo, incendio de camiones, despojo de vehículos, los llamados poncha llantas esparcidos por las principales avenidas y carreteras, y porque no decirlo: con el temor de presenciar el fuego cruzado .
Con el paso de los días, bajo la insistencia de un Gobernador que pidió retomar clases, reabrir negocios, retomar la vida diaria, reactivar la economía bajo un “no pasa nada”, motivo a los culichis y a los sinaloenses que visitan la capital del estado desde otras ciudades a que hiciéramos de cuenta que no pasa nada. A normalizar la violencia como si fuera una parte más de la vida diaria.
En qué momento nos acostumbramos a vivir asi? En qué momento nos hicimos indiferentes ante las narco mantas, los cuerpos calcinados, cuerpos mutilados, desapariciones, escuchar el estruendo de las balas tal cual sucede en los países que se encuentran en conflicto bélico.
En qué momento se nos olvidó que el gobierno debe ser garante de la seguridad pública y garantizarnos vivir en un ambiente de calma y libertad para nosotros y nuestros hijos. Los ciudadanos comunes nos convertimos en presos del miedo, y los grupos criminales se convirtieron en dueños de calles y carreteras mientras el gobierno se quedó como espectador de una crisis de seguridad en la que es evidente la falla en la estrategia de seguridad. Veamos con el tiempo que sucede.