Sin justicia para Teresita: la impunidad que rodea el asesinato de una madre buscadora en Jalisco

Sin justicia para Teresita: la impunidad que rodea el asesinato de una madre buscadora en Jalisco

Las autoridades guardan silencio y al momento no han mostrado avances y tampoco hay detenciones de los presuntos responsables del hecho.

Teresa González Murillo fue una mujer que no se quebró frente al dolor, que enfrentó al silencio del Estado con el único deseo de encontrar a su hermano desaparecido. Pero también fue una madre, una amiga y una buscadora que terminó asesinada a balazos en su propia casa. Hoy, a días de su muerte, su nombre se suma a la lista creciente de mujeres valientes que han sido silenciadas por ejercer el derecho más humano de todos: buscar a un ser querido.

Lo que le pasó a Teresita —como le decían de cariño— no es un hecho aislado. Forma parte de una tragedia nacional que lleva años escribiéndose con sangre y ausencias. El pasado 27 de marzo, cerca de las 11:30 de la noche, hombres armados llegaron en motos hasta su domicilio en Guadalajara. Intentaron llevársela. Al resistirse, le dispararon en el rostro. Murió días después en el hospital. Hasta hoy, no hay detenidos, no hay justicia. La Fiscalía de Jalisco, en un solo comunicado, cerró prácticamente el caso diciendo que pudo haber sido un robo. Que traía dinero en efectivo y que no ven motivos para ligar el ataque a su labor como buscadora.

Pero la historia de Teresita dice otra cosa.

No solo buscaba a su hermano Jaime, desaparecido en septiembre de 2024. También fue parte activa en el hallazgo del rancho Izaguirre, en Teuchitlán, un lugar señalado como campo de exterminio y adiestramiento de grupos criminales, donde se localizaron restos humanos. Sitios así no se encuentran por casualidad. Se encuentran con coraje, con trabajo de campo, con convicción. Y muchas veces, con miedo.

Teresita ya había sido amenazada. A su hija, de apenas 15 años, la golpearon días antes del ataque, frente a su secundaria. Los agresores se dijeron «de la plaza». La madre pidió ayuda a la policía y nadie fue. El colectivo al que pertenecía, Luz de Esperanza Desaparecidos Jalisco, denunció el intento de secuestro desde el primer día. Pero las autoridades no los escucharon. Tampoco escucharon cuando denunciaron que los propios gobiernos han quitado las fichas de búsqueda que colocan en espacios públicos. Por «imagen», dicen.

¿De qué imagen hablan?

La imagen real del país está en cada fosa clandestina que excavan las madres buscadoras con sus propias manos. Está en la tierra removida con palas y varillas, en los zapatos o las camisetas que salen de la tierra. Está en los gritos que piden justicia y que incomodan a quienes prefieren mirar hacia otro lado.

Desde 2019, en México han asesinado al menos a 22 personas buscadoras. A otras las han desaparecido. A muchas más las han desplazado, amenazado, golpeado. Son madres, hermanas, esposas, que en medio del dolor también cargan con el abandono institucional. En este país, buscar desaparecidos se volvió una condena de muerte.

El caso de Teresita se parece al de Lorenza Cano, en Guanajuato, a quien un grupo armado se llevó de su casa en enero. Mataron a su hijo y a su esposo. Y como si no fuera suficiente, después también asesinaron a su yerno. A la familia no le quedó más que huir. Como si buscar fuera un delito.

La muerte de Teresita no fue solo un ataque contra ella. Fue una amenaza directa contra todas las personas que, con palas y esperanza, siguen buscando a sus desaparecidos. Fue una advertencia: «si buscas, te callamos».

Pero aunque intenten silenciarlas, ellas siguen.

Hoy no hay avances en la carpeta de investigación del atentado contra Teresa González. No hay arrestos, ni líneas de investigación serias. La versión oficial apunta a un robo, ignorando las amenazas previas, la agresión a su hija, su trabajo en el colectivo, y su participación en el hallazgo de uno de los campos de exterminio más relevantes en Jalisco.

Y mientras tanto, el país sigue sumido en la misma crisis: más de 100 mil personas desaparecidas, cifras oficiales congeladas desde 2023, fosas que siguen apareciendo todos los días sin que nadie lo reporte desde el gobierno, y madres que tienen que buscar entre narcofosas mientras esquivan amenazas, indiferencia e impunidad.

Teresita murió sin poder encontrar a su hermano. Su voz fue apagada, pero no su lucha. Esa la siguen llevando sus compañeras, su hija, y todos los que entienden que la desaparición en México no es solo una tragedia familiar: es una herida abierta en el corazón del país.

Y mientras esa herida siga supurando, la búsqueda seguirá. Porque no hay mayor acto de amor y dignidad que seguir buscando a los que nos faltan. Aunque nos quieran callar a balazos.